Medio siglo de la Fuensanta en las profundidades de Cabo Tiñoso

Se cumplen 50 años de la colocación de la escultura de la Virgen en la Cueva del Agua, un hito realizado en un día como hoy por el Club Fuensanta de Actividades Subacuáticas (CFAS), pioneros en la práctica del buceo en la costa regional

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Pedro Martínez Franco, José Miguel Hidalgo, Pepe Cano, Enrique Botía (vestido de Capitán), Ramón Garza (autor de la escultura de la Virgen), José Ángel Navarro, Fulgencio Garijo, Pepe Alcázar (secretario del CFAS), Paco Martínez Franco, Juan Pérez Calderón, Paco Salinas, Antonio Marín y Luis Torrecillas, en una jornada de buceo en Cabo Tiñoso, en 1974. / L.O.

Paco Salinas

27 OCT 2024 6:01

El Club Fuensanta de Actividades Subacuáticas (CFAS) vio la luz en Murcia en 1972. Sus fundadores fueron un grupo de buceadores y amantes del mar y la naturaleza: Pepe Alcázar, José Antonio Cartagena, Vicente Navarro Marsal, Pepe Reverte, Enrique Botía, Joaquín García, Florentino González Pertusa (Tino), Eugenio Fructuoso y algunos otros aficionados a las actividades marinas.

Los objetivos de la entidad consistían en fomentar el conocimiento y la exploración del mundo submarino, además de la realización de cursos de escafandrismo y la documentación de la vida marina a través de fotos y vídeos. También se planteó, y muchas veces se hicieron, misiones de recuperación de artes de pesca a petición de los pescadores profesionales, desenganchando redes y cables del fondo marino; y participación en rescates de naufragios y personas desaparecidas, a solicitud de las autoridades, lo que también sucedió en varias ocasiones a lo largo de los años.

Muy pronto, en 1973, se incorporó otro grupo de amantes de la naturaleza practicantes del montañismo y del buceo en apnea, que tras tener contacto con algunos miembros del CFAS y probar lo que era el buceo autónomo, no dudaron en incorporarse. José Ángel Navarro, Pepe Pina, Pedro y Paco Martínez Franco, Antonio Marín, Ignacio y Juan Pérez-Calderón, Paco Zambudio, Pepe Cano, José Miguel Hidalgo, Fulgencio Garijo, Julio Sánchez Andreu, Ignacio Chicoy, Pepe Sánchez, Sebastián Sánchez Ferrer y el que esto escribe, son parte de esa quinta.

 

Paco Martínez Franco y Sebastián Sánchez Ferrer en el barco con la escultura de la Virgen y la placa conmemorativa, navegando hacia la cueva el 27 de octubre de 1974. / L. O.

Eran tiempos en los que la naturaleza no tenía la presión que soporta actualmente. Podías estar una semana recorriendo Sierra Espuña, subiendo a sus cumbres, contemplando sus paisajes, sus animales y plantas, y no cruzarte con nadie. Podías recorrer la brava costa de la Región con sus recónditas y solitarias calas, desde Cabo de Palos al del Agua; de Cartagena al Cabo Tiñoso; de Mazarrón a Puntas de Calnegre; y hasta Águilas, buceando en sus aguas cristalinas y descubriendo una variada flora y fauna prácticamente intactas. Los pecios del Sirio, el Minerva, el North America y el Stanfield, en los bajos de Cabo de Palos, y los vestigios de naufragios romanos en cualquier lugar de la costa, le daban —y le dan— un gran atractivo a la práctica del buceo en el litoral murciano.

La entidad nació en 1972 para aumentar el conocimiento y la exploración del mundo submarino

Eso fue lo que el CFAS propició para toda una generación de pioneros que difundió ese mundo con sus fotografías y vídeos submarinos, contagiando dicho entusiasmo entre sus amistades.

Cabe recordar que, en esos años, España era un país en vías de desarrollo. El turismo prácticamente no existía. Y la agricultura, a excepción de las fértiles vegas, era de secano. Estos factores hacían que el mar «solo» tuviese la presión de la pesca artesanal; del tráfico marítimo de petroleros a la dársena de Escombreras —que cuando viajaban en lastre vertían residuos de los depósitos al mar—; y de la minería de La Unión, con el vertido de los restos mineros del lavadero Roberto de la firma gala Peñarroya, lo que en la década de los 80 se consideró el mayor desastre ecológico del Mediterráneo. Los vertidos cesaron en 1990 gracias a la presión social y de Greenpeace, si bien 34 años después el problema sigue ahí por falta de regeneración de esa singular bahía.

 

Un grupo de buceadores del CFAS en Cabo Tiñoso, en Cartagena, en el año 1973. / L.O.

Singular descubrimiento

Miembros del CFAS descubrieron en 1971, en la costa de Cartagena, en concreto al este de Cabo Tiñoso, en el límite este de Cala Aguilar, una cueva submarina a 14 metros de profundidad que tiene un recorrido de unos 50 metros hacia el interior. El mismo es ascendente, y lleva a una bóveda dentro de la montaña con una parte hundida por la que entra luz natural. El agua es salobre en ese punto interior, por lo que se trata de un manantial que conduce al mar. En la tierra caída de la bóveda hay alguna palmera y varias plantas de buen porte.

Una operación compleja

Los descubridores la bautizaron como la Cueva del Agua, y pergeñaron el proyecto de introducir allí una imagen de la Virgen de la Fuensanta, patrona de la ciudad de Murcia y que daba nombre al club. Era de las cosas que en la época se podían hacer teniendo relevancia por lo insólito. Fue también una forma de promocionar la existencia del CFAS.

La iniciativa comenzó con el encargo de la escultura al artista Ramón Garza, que pertenecía al CFAS. La elaboró en piedra artificial, como una réplica exacta de casi un metro de altura. Igualmente, Garza pintó un magnífico mural de un paisaje submarino —que se perdió— en la sede de la entidad, en la calle General Dávila (actual Mariano Ruíz Funes).

La operación de introducir la Virgen en la cueva se llevó a cabo el domingo 27 de octubre de 1974, fecha de la que hoy se cumplen 50 años. La escultura, hueca y de unos 40 kilos, aunque descendiera del barco con cabrestante, una vez en el agua, se hundiría, con el peligro de acabar destrozada contra el fondo. Amén de colgarla de un saco levantapesos submarino que estaría hinchado en superficie, habría que ir insuflándole aire continuamente. La presión a 15 metros sería de 2,5 atmósferas, por lo que el aire del globo se comprimiría muy rápido y podría perder la sustentación. Por ello se decidió también insuflar aire en el interior de la figura, pero una vez depositada en el fondo no habría forma de sacarla. Así que, con un taladro, se le hizo a la imagen un pequeño agujero al cual se le puso un tapón de corcho, para así, cuando estuviese posada en el fondo, asentarla retirando el tapón y que el aire pudiese salir por el orificio. Perfecto sobre el papel, pero la operación real estuvo llena de complicaciones. Afortunadamente, con sus apuros y vaivenes, fue todo un éxito.

 

La escultura de la Virgen, llena de incrustaciones de vida marina, en 2008. La placa de mármol, con los datos del club, desapareció pocos años después. Es probable que se desprendiera de la ubicación en la que se fijó y esté enterrada en el lecho marino. / L.O.

Pepe Alcázar, secretario del CFAS, hizo unas declaraciones en días posteriores al periodista Serafín Alonso del diario Línea, que se publicaron en la edición del 5 de noviembre de 1974 en la página número 5. Algunos de los párrafos de la entrevista en los que se refiere a la introducción de la Virgen en la Cueva del Agua son los siguientes: «El domingo, en una singladura marinera, llevaron a efecto su propósito. José Alcázar, uno de sus promotores, nos lo ha contado».

—Fue una jornada memorable. Salimos a las 10.00 de la mañana de La Azohía, una ‘traíña’ de pescadores donde iba la Virgen, y muchos amigos en cinco embarcaciones pequeñas. Tardamos en llegar a la Cueva del Agua unos tres cuartos de hora (pasado Cabo Tiñoso) y todo se desarrolló de acuerdo con el programa previsto.

—Con la grúa de la embarcación suspendimos la Virgen de piedra (de casi un metro de altura), y la bajamos al agua. Una vez allí, le inyectamos a la imagen hueca aire comprimido de nuestras botellas, poniéndole un tapón en la parte superior; esto nos permitió trasladarla bajo el agua sin esfuerzo.

—La situamos a unos 5 metros de la boca de entrada para preservarla de mareas y corrientes. El trabajo lo hicimos entre José Ángel Navarro, Paco Salinas, Fulgencio Garijo y yo. Para mayor efectividad, calzamos la imagen y dejamos salir el aire del interior, dejándola en el enclave previsto.

—Se llamaba la Cueva del Agua por la singularidad de un manantial de agua dulce que aflora y se mezcla con el caudal marino dentro de la propia cueva. Es algo original y hermoso.

A partir de este momento la Cueva del Agua pasó a ser denominada Cueva de la Virgen. En estos últimos años también hay quien la denomina Cueva de Neptuno. Lo cierto es que, con las redes sociales, cada uno le pone el nombre que quiere a lo que sea, eso se difunde por la red y toma carta de verdad. En esa zona también hay muchas calas que, en los mapas y vistas satelitales en internet, se llaman como a cada uno se le ocurre. La única fuente oficial de denominaciones son las cartas marinas oficiales.

El buceo autónomo a principios de la década de los 70 del siglo XX

El mundo bajo el agua, en la década de los 70, era un perfecto desconocido más allá de las inmersiones en apnea de unos cuantos aficionados a la pesca submarina. El buceo autónomo con botellas de aire comprimido permitía unos 45 minutos de inmersión, dependiendo de la profundidad, y una exploración más pausada del fondo marino. En esos años se empezaban a conocer los descubrimientos del comandante Jacques Cousteau en sus exploraciones submarinas por todo el mundo. Su contribución también fue decisiva en el perfeccionamiento de los reguladores de aire con el diseño del regulador monotráquea de dos etapas que realizó con el ingeniero Émile Gagnan.

Respirar aire a presión bajo el agua requiere de equipos que, en cada momento, suministren el aire al buceador a la misma presión que hay a esa profundidad. En superficie, a nivel del mar, hay una atmósfera de presión; eso es que, en el mar, cada diez metros de profundidad aumenta otra atmosfera. Por ejemplo, a diez metros bajo el mar hay dos atmósferas de presión; para poder respirar, el regulador debe suministrar al buceador el aire a esas dos atmósferas que, de otra forma, el buceador sería incapaz de respirar. A 20 metros la presión es de tres atmosferas, y así sucesivamente hasta el límite teórico del buceo con aire comprimido, que está en los 70 metros, profundidad a la que la presión es de siete atmósferas.

Respirar aire a presión también tiene efectos nocivos sobre el organismo humano. El aire contiene a nivel del mar un 21% de oxígeno, el 78% de nitrógeno y un 1% de otros gases como el Argón y el dióxido de carbono.

Esa composición del aire hace que al estar bajo mayor presión esos gases aumentan sus presiones parciales y el nitrógeno, que es un gas inerte en superficie, se convierte en tóxico conforme aumenta la profundidad y la presión. Se disuelve en los tejidos grasos, entre otros el cerebro, y puede, según la sensibilidad del buceador, producir una narcosis nitrogénica o borrachera de las profundidades con resultados desastrosos. Al ascender genera un segundo efecto, y es que el nitrógeno disuelto en los tejidos vuelve a través de la sangre a los pulmones para ser expelido, pudiendo producir embolias en los vasos sanguíneos. También el oxígeno respirado a más de 1,2 atmosferas de presión parcial puede hacer que se sufra un colapso respiratorio con pérdida de conocimiento. Es esta dinámica de gases inhalados a presión, y su efecto sobre el organismo humano, el que obliga a bucear sin sobrepasar los límites de profundidad y haciendo lo que se llaman «paradas de descompresión». En esa época había que bucear con reloj, profundímetro y tablas de curvas de seguridad que, a través del tiempo y la profundidad, te daban los mismos de las paradas, antes de emerger.

Por todo ello, el buceo con botellas de aire comprimido requiere de un aprendizaje, entrenamiento y unas disciplinas que hay que seguir al pie de la letra para sobrevivir y disfrutar del maravilloso medio submarino.

Estas dificultades hicieron que una entidad como el Club Fuensanta de Actividades Subacuáticas (CFAS) fuese fundamental en aquella época para formar buceadores. En esos años había una importante escasez de equipos de buceo. Se hacían viajes a Andorra en busca de material francés e italiano, que iba muy por delante de la oferta nacional. Y tampoco abundaban los libros técnicos sobre la materia.

Seguridad, formación y belleza en las agua de la Comunidad

Ahora todo es bastante más fácil. Los equipos de buceo autónomo son de una gran perfección y eficacia para la seguridad del buceador. Todo submarinista lleva un chaleco hidrostático que le permite en todo momento la flotabilidad neutra, dos reguladores de aire para poder asistir a un compañero de inmersión y un ordenador de buceo que da información de las presiones y los gases, además de organizar las paradas de descompresión. También se llevan equipos de balizamiento para que, si el buceador se desplaza por corrientes o imprevistos, pueda señalizarse adecuadamente para su correcta localización.

En la Región hay numerosos clubes de buceo inscritos en la Federación Española de Actividades Subacuáticas (FEDAS) y que imparten formación a sus asociados. También hay, desde El Mojón a Águilas, 23 centros de buceo autorizados por la Comunidad. Estos son empresas privadas proveedoras de servicios de buceo, y en ellas se dan cursos para obtener títulos homologados a nivel mundial como Padi, SSI y otros: desde iniciación hasta muy avanzados e instructor. Organizan varias salidas diarias a puntos de interés que conocen perfectamente.

La costa regional tiene algunos de los lugares de buceo más interesantes del Mediterráneo. Debido a ello, se ha producido en los últimos años un incremento exponencial de buceadores venidos de todos los lugares del mundo. Por la cantidad de inmersiones y por la vigilancia de las dos reservas marinas existentes, el buceo lleva años regulado por el Ejecutivo de la Región.

En 1995 se estableció la Reserva Marina de Cabo de Palos-Islas Hormigas; mientras que, en el año 2007, se declaró la Reserva Marina de Interés Pesquero de Cabo Tiñoso.